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junin

No somos ningunas ovejas

EDITORIAL DE SEMANARIO

El jefe comunal, después de la reválida electoral de octubre 2017, viene sufriendo una serie de traspiés producto del propio desgaste del maquillaje que durante varios años le ayudó a mostrar su costado más empático.


Hace no mucho tiempo un pequeño graffiti escrito con fibrón negro en un banco de plaza rezaba: “Los juninenses somos ovejas por eso nos conduce un pastor”.

Tal vez el ocasional escriba comenzaba a sentir la desilusión o se declaraba confeso oponente de quien fuera elegido intendente del distrito en 2015.

Hoy, vaya paradoja, al pasar por el mismo sitio la frase parece haber sido borrada por la lluvia y el tiempo. En consonancia, Pablo Petrecca enfrenta uno de los momentos más difíciles de su gestión: la pérdida de confianza y apoyo de buena parte de los vecinos.

El jefe comunal, después de la reválida electoral de octubre 2017, viene sufriendo una serie de traspiés producto del propio desgaste del maquillaje que durante varios años le ayudó a mostrar su costado más empático.

El historiador romano Tácito decía que “para quienes ambicionan el poder, no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio”.

Basado en una estrategia propia de la iglesia “hipster” (subcultura de jóvenes de clase media/alta), Petrecca adoptó estas características de atracción haciendo buen uso de las redes sociales y su lenguaje e indumentaria informal para diseminar sus mensajes políticos.

Fue tejiendo un estilo juvenil y tecnológico que, unido a la grieta producida a través de los medios masivos de comunicación y el apoyo de partidos tradicionalmente victoriosos en Junín, tal el caso de la UCR y su atomización, lo dejaron de repente sentado en el sillón de calle Rivadavia, aunque sin un plan de trabajo y menos aún el blindaje de un equipo de conocedores de la gestión pública.

Por si fuera poco, creyó erróneamente ser el único mentor de su liderazgo y logró la impetración con más soberbia que apoyo.

Y a pesar de las advertencias de propios y extraños, hoy se encuentra sumido en un laberinto de espejos, en el cual se mira de modo permanente a sí mismo y no busca una salida política debido a su impericia en estas lides.

Para su pesar, la lluvia borró el grafitti y la comunidad juninense está mostrando que tiene poco de oveja y que no necesita de pastores que la guíen porque cuando la realidad ajusta el bolsillo no hay iglesia que valga y menos si lo que se retacea es el plato que debiera llevar a la mesa familiar.

Petrecca parece no haber entendido que la política no tiene fieles que teman el castigo divino sino que, por el contrario, siempre están esperando más de quienes se han comprometido por su bienestar.

No funciona la culpa ni el dedo acusador.

El ciudadano común entiende que hoy, entre servicios e impuestos, se le va buena parte del salario, piensa dos veces si prende el aire y ahora prontito el calefactor, ya dejó de ver partidos por TV y la parrilla junta óxido.

Si tiene auto, sabe que lo agarraron de punto. A la necesidad del combustible se le agrega la patente, el seguro, el mantenimiento, la VTV, el registro de autopartes (para que las vendan con código de barras en el mercado negro) y alguna multa por andar a 65 kilómetros por hora en la Circunvalación repavimentada. Si tiene moto anda esquivando los controles para que su escasísimo patrimonio no termine en chatarra.

Si no tiene ninguno de los dos, dichoso si puede acceder a taxi o remís, caso contrario se pone cómodo a esperar el refugio o parada, hasta que aparezca la SUBE  y trascartón el colectivo, que ya parece la zanahoria que va por delante del burro.

Prende la televisión y se encuentra con el jefe comunal en un banquillo haciendo un monólogo sobre su nuevo hogar, cuando debiera estar contándonos a todos que solucionó el conflicto con los 1500 empleados municipales de los cuales seguramente en octubre lo votaron 800 de ellos.

Petrecca tendría que estar mostrando fotos no de su pileta de natación en forma de letra L, sino de los caminos rurales arreglados, lo cual sería al menos una satisfacción para los miles de productores rurales que, ayer nomás, también colaboraron para que llegara a la intendencia.

Y en lugar de contarnos que junto a su esposa ganan mucho dinero porque trabajan hasta muy tarde, al menos él debiera estar rindiendo cuentas respecto a la adjudicación de obras y que esas obras estuvieran terminadas y no en el escritorio de la fiscalía bajo sospecha de haber beneficiado a alguien que no es, precisamente, el vecino.

La gente y no la majada espera ver a un intendente solucionando cosas y no victimizándose de un bullying político con el que se deleitaba cuando el intendente era Mario Meoni.

Y cuando buscábamos impolutos, terminamos teniendo inmaduros que desde hace años y frente a sus propias ineficiencias, han estado inculpándose mutuamente, además de –claro está- hallar un punto en común y criticar a cierto periodismo local que no hace más que amplificar la voz de quienes no son escuchados y aunque a veces la espera sea más larga de lo esperado, la verdad cae madura.

Y lejos de proferir cualquier balido, el habitante de Junín –harto de esto y de lo anterior- presiona para que las cosas funcionen eficientemente en el distrito.

Porque mes a mes deposita su dinero en el erario y no en un sobre para el diezmo y pide respuestas a su representante político y no a su líder espiritual, porque a pesar de lo confesional que pueda tener una ciudad, como decía Eduardo Galeano “el fútbol es la única religión que no tiene ateos”.



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